Cuando yo era pequeña, era una niña muy charlatana. Hablaba y hablaba sin parar y aburria hasta a las piedras, hablaba con las vecinas, hablaba con los muñecos, y si hacía falta hablaba sola y me respondía y tenía unas conversaciones muy interesantes conmigo misma.
Por la calle, cuando iba con mi madre, era lo mismo. Hablaba en la cola del súper, en la cola del banco, en la cola de la frutería, con cualquier persona que estuviera cerca. Preguntaba cosas y acosaba a las señoras de tal manera que alguna hasta ponía como excusa que se había olvidado de la leche y se iba de la cola por no aguantarme.
Aparte de ésto, yo era muy descarada. Recuerdo como memorables dos ocasiones, la primera le pregunté a una señora que porqué era tan fea, y la segunda le pregunté a un señor que si su nariz era de verdad o postiza, y cuando me respondió que era de verdad le dije que era como Dumbo. En las dos ocasiones me llevé un perrizco terrible de mi madre, que se moría de verguenza.
Aparte de ésto, yo lo contaba todo. Contaba lo que comía en casa, de qué color era la escobilla de mi váter y que mi padre roncaba cuando echaba la siesta. Y mis padres tenían que andarse con pies de plomo cuando hablaban de algo delante de mi.
Una vez, en la carnicería, una señora me dijo que vaya abrigo más bonito llevaba. Yo dije inmediatamente que no era mio, que era de mi prima, y que ése mes cómo había que comprarle a mi hermana unas gafas muy caras, no teníamos dinero y mi madre se lo tuvo que pedir prestado a mi tia. Consecuencias: un castigo épico y terrible.
A partir de ese momento tuvieron muchísimo más cuidado de lo que decían en mi presencia, y me mandaban a ver los dibujos cuando querían hablar de algo importante. Pero yo escuchaba detrás de las puertas, costumbre que había acogido con mucho gusto desde que una vez vi a mi abuela detrás de las cortinas con la antena puesta para ver lo que decían dos vecinas en el patio. Los espiaba y me parecía la mar de divertido, y luego, cuando soltaba cosas, mis padres se decían uno a otro: ¡pero cómo lo sabe! ¿se lo has dicho tú?; no, se lo habrás dicho tú que se te escapa todo siempre ¡a quien se le ocurre!.
Y llegó un momento que mi hermana se echó un noviecillo medio formal. Yo tendría 8 años y ella 20. Me repitieron por activa y por pasiva que no se lo contara a nadie ni lo comentara con nadie.
Hasta que un fatídico día llamó la mejor amiga de mi hermana por aquel entonces a casa. Tengo que aclarar en éste punto que yo adoraba coger el teléfono, me encantaba, me enloquecía, era feliz respondiendo al teléfono. Como os imaginareis, respondi yo, y la voz de la amiga de mi hermana me preguntó por ella.
Yo puse la voz más cursilonga que pude y dije: no está.... está con RUBEEEENNNN...... (léase con entonación). La amiga en cuestión me dió las gracias y colgó. Yo estaba sola en casa con mi abuela por lo que nadie más fue testigo.
El caso es que despues de esa respuesta que yo consideré totalmente inocente, vino la tormenta. Resulta que mi hermana le había dicho a su amiga que no salía ese día, que se quedaba en casa estudiando, pero sus maquiavélicos planes eran irse con su novio. Por lo que la amiga llamó a media tarde para charlar un poco con ella y preguntarle cómo iba, y se encontró con que le había mentido. Y ésto desencadenó en una fuerte discusión entre ellas, mi hermana llorando, mi madre disgustada... Y buscaron el origen del problema, YO.
Me cayó encima una bronca de dimensiones bíblicas. No entendia muy bien lo que pasaba pero me quedó claro que no debía haberle dicho que estaba con su novio. Porque al decirselo había hecho que dos amigas se separaran y demás. Se me ocurrió decir que la culpa no era mia sino de mi hermana, que la que había mentido era ella, y mi madre se puso de un rojo peligroso.
Las consecuencias fueron tres semanas en mi habitación a oscuras y acostada en mi cama, sólo podía salir para ir al baño y para comer. Ese castigo les encantaba a mis padres, me tuvieron un verano completo (se dice pronto...) en mi habitación a oscuras con la persiana bajada y sin poder hacer nada más que estar acostada "pensando en lo que has hecho" (que en ése caso fue suspender dos). Y despues de las tres semanas, tardé dos meses en poder ver la tele y poder salir a jugar a la calle.
Y la otra parte del desproporcionado castigo fue que se me prohibió tocar el teléfono. Ni acercarme. Con decir que a los 13 todavía no podía responder cuando alguien llamaba... Y si estaba sola en casa lo tenía que dejar sonar, que si era algo importante ya llamarían más tarde.
Es curioso porque cuando entré en la adolescencia, me volví todo lo contrario a como era cuando era niña. Tímida, no levantaba la cabeza del suelo, no hablaba si podía evitarlo, me daba verguenza todo...
Y a día de hoy si llaman al teléfono en casa de mis padres, me da respeto cogerlo.
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